De pequeño Francisco
Laso fue testigo de un robo, un recuerdo que siempre lo atormentó. Un amigo
suyo bahía robado el rosario de su hermana, amenazándolo para que guardara el
secreto. Convertido en cómplice, el niño guardó silencio temiendo el posible
castigo paterno. Descubierto el hecho y al no encontrarse un culpable, la
empleada de la casa, una joven indígena, terminó de chivo expiatorio. Obligada
a golpes a confesar un robo que no había cometido, la niña asumió las
consecuencias de la cobardía de Laso. Finalmente el padre de Francisco la
perdonaría, pero ella debió cargar para siempre con la reputación de ladrona.
La anécdota la contaría, no sin
autocrítica y vergüenza, el pintor en “Aguinaldo para las señoras del Perú”,
ensayo publicado en 1854.
Siglo y medio más tarde la historiadora de arte Natalia
Majluf encontró un detalle en uno de los
cuadros del célebre pintor que iluminó toda su interpretación. En las “Tres
razas” tres niños, uno blanco, una india y la otra mulata juegan a las cartas
con igual suerte en condiciones de igualdad, totalmente provocadora para un
observador de la época. La reivindicación resultaba tan obvia como inusual la
dignidad de aquella niña indígena al centro de la composición. Sin embargo, hay
algo más, de su estilizado cuello cuelga desafiando a la memoria el rosario de
aquella historia infantil. A partir de entonces para Majluf la obra de Laso
cobró un sentido distinto convirtiéndose en una verdadera obsesión personal.
Y es que tras la
aparente sencillez de las obras de Laso se esconde una notable complejidad. “No
es una pintura que se agote con una primera mirada. Cada cuadro en realidad
tiene una densidad de significados que rara vez se encuentra en la historia del
arte” señala Majluf.
No solo de los
recuerdos y traumas de la infancia
proviene la complejidad de los cuadros del maestro Laso. El artista intentó
forjar símbolos nacionales a través de la resolución de problemas personales.
Pretendió representar a la Nación partiendo de lo personal, de sus privadas
obsesiones, curiosamente, éste juego entre lo público y lo privado también es
una constante en la obra escrita de nuestro primer pintor republicano.
Miembro de la llamada
“Generación de 1948”, la primera de pintores académicos como Merino y Montero,
Laso formado en las academias Europeas, concibió la pintura como una práctica
humanista. Como figura de una nueva élite dirigente, regresó al Perú con la
clara conciencia de utilizar la pintura como un instrumento de concientización
social. Sin embargo, en un país por entonces carente de tradición pictórica
moderna y sin academias de arte, su posible influencia en el debate social a
través de la pintura se vio ciertamente limitada. Por ello se explica su
gradual abandono de la pintura para abrazar la palabra como arma afilada: “Si
uno ve la mayor parte de sus textos, descubre que estos son descritos con
propósitos muy claros de reforma social. Laso comprendió que en su tiempo, la
pintura no pudo tener la eficacia de palabra escrita o la acción política”
explica la estudiosa. Esa fue su opción.
Pensamiento Laso:
Sobre razas y colores. “Según el arte no hay color que sea superior al otro. El
blanco, el amarillo, el rojo y el negro son igualmente útiles bien combinados
formarán un cuadro armonioso, pero empleados torpemente sin tino, harán un
conjunto detestable en el cual el blanco será tan perjudicial al rojo, como el
negro al blanco y en gran taller de la Tierra, en el cual Dios todo omnipotente
y sabio a colocado razas de diversas índoles y diferentes colores. ¿Por qué
estos colores no han de ser útiles los unos a los otros modificándose en sus
propiedades para llegar a la perfección en el cuadro de la humanidad?”,
publicado originalmente en “La paleta y los colores”, la revista de Lima 1859.
La colección de obras
de Francisco Laso procedente en su mayor parte de la donación
"Memoria Prado", es una de las más completas en existencia. Laso fue
el primer pintor que intentó crear una tradición pictórica local en base a las
tradiciones académicas europeas en las que había sido entrenado. La lavandera
(1858) es un lienzo representativo del intento de Laso por crear una pintura de
tema nacional con técnicas académicas. El lienzo nos muestra una lavandera
limeña en plena actividad, tendiendo la ropa a secar ante el paisaje típico de
los techos limeños. A diferencia de otros pintores costumbristas que
representaron los usos y costumbres del país en un tono ligero, Laso otorga en
este lienzo un aire de solemnidad a un tema de la vida cotidiana. El entierro
del mal cura (c. 1863) es otra importante obra de Laso que representa una
tradición local.
De la generación de
Laso - que incluye a pintores como Francisco Masías (1838 -1894), Juan
de Dios Ingunza (1824-1874) y Federico Torrico (1820-1879) cuya obra
se encuentra también representada en el Museo de Arte de Lima - Luis Montero
(1826-1869) es quizás el artista académico de mayor trascendencia en el medio
local. Becado en 1849 por el gobierno peruano para realizar estudios en Europa,
Montero regresa al Perú en 1851. Exhibe entonces su Venus dormida, quizás el
primer lienzo de desnudo en la pintura peruana. Su presencia en el Perú se verá
continuamente interrumpida por viajes de estudio al extranjero. Su obra está
marcada por el academicismo europeo, en especial el italiano. De todos los
pintores peruanos del siglo pasado, Montero es el que más se acerca al estilo
grandilocuente de la pintura de historia. A diferencia de Laso, trabaja la
alegoría pura y la narrativa pictórica, de manera más enfática que Merino, y
siguiendo la línea más tradicional de la pintura del XIX, opta por darle un
tratamiento noble a esos temas elevados que se expresan en actos heroicos.
Prueba de ello es el famoso lienzo de Los Funerales de Atahualpa que se exhibe
en el descanso de las escaleras posteriores del Museo. Pintada en Florencia en
1867, la obra fue exhibida en cada puerto que tocaba en su camino hacia Lima:
Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires. Quizás sea ésta la pintura más
importante de tema histórico realizada en el Perú pues tuvo una gran influencia
en los pintores de historia de fines de siglo pasado como Ramón Muñiz, Juan O.
Lepiani (1864-1943) y José Effio (1845-c. 1920).